Hacía demasiados años que no venía para Concepción. Antes la única razón para venir eran unos primos que viven acá, pero como que hubo una época en donde dejamos de visitarnos. Y cuando llegó el mall a Los Ángeles, no eran muchas las cosas que se encontraban en Conce que no se encontraran en Los Ángeles. Así que en realidad, como que ya no habían razones para venir. A mis papás nunca les gustó mucho esta cuidad, cosa que yo creo que me heredaron, porque en realidad a mi tampoco me gusta demasiado. Demasiado gris para mi gusto.
Y obvio que después del terremoto, menos ganas me daban de venir para acá. Pero este lugar se ha ganado un poco más de mi respeto después de que me mandaran como chaperona por AFS de un niño japonés que vivirá en Coronel. Obvio que no iba a viajar seis horas para volverme al día siguiente, así que le pedí a un amigo si me podía recibir por un par de días y me dijo que sí.
Bueno, Conce sigue siendo un lugar increíblemente gris. Pero he conocido más partes que en realidad son bien bonitas. Probé por primera vez una michelada (cerveza + jugo de limón + sal o merkén en el borde del vaso) que me gustó mucho. Conocí la Universidad de Concepción, a la que nunca había visto antes. Vi un concierto coral del Coro de la Universidad de Viena por pura casualidad (que canten temas de La Novicia Rebelde unos austriacos hace que todo tenga tanto sentido).
Y, aunque me ofrecieron llevarme al lugar emblemático donde está ese edificio que se partió en dos para el terremoto, dije que mejor que no, me parecía demasiado morboso. Aunque tampoco pude evitar ver un edificio destruido, porque si paseas en el centro y te lo encuentras, es como bien difícil no quedarse como tonta mirando toda la destrucción que puede hacer la tierra. Terrible, verdaderamente.
Concepción en realidad es una ciudad que casi no conocía, y que ahora puedo decir que conozco un poquitín más que antes. No es tan mala como yo recordaba, pero a pesar de que ahora se ha redimido un poco en mi cabeza, sigo prefiriendo Santiago.
Hablando de otra cosa realmente distinta, el campamento de AFS de llegada de los estudiantes extranjeros ha sido una de las experiencias más divertidas de mi vida. Entre bautizos, explicar expresiones chilenas, recomendar platos típicos, conocer gente de otros países, hablar en muchos idiomas distintos (o por lo menos intentar hacerlo), conocer a gente demasiado genial y los voluntarios de AFS, la pasé la raja. Una excelente manera de terminar las vacaciones de verano.